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Tres murallas para tres recintos

Las murallas son el elemento visual más significativo del poblado, de ahí que Taboada Chivite las describiera admirado: “erguidas e imponentes, como si aún tuvieran vidas y bienes que guardar”. La más antigua es la que protege la croa o recinto superior, que pudo levantarse en la primera fase de ocupación del castro (s. VIII-V la. C) apoyándose en los afloramientos naturales existentes. Las otras dos se corresponderían con un momento posterior, datable entre los siglos II e I la. C. El tipo de aparato utilizado en las murallas es mayormente poligonal, aunque presenta sectores con un aparejo de forma helicoidal.



Tenazas de metalúrgico

En esta “cidá” aparece probado el trabajo del metal a través de lingotes de hierro, plomo y plata, así como distintos tipos de moldes. Por eso no sorprendió el hallazgo de unas tenazas de metalúrgico, documentadas en el año 1985 sobre la muralla de la acrópolis, en un lugar próximo a la entrada, integradas en un depósito –posiblemente ritual– compuesto por dos espadas afalcatadas y un pico. Esta aldea fortificada también dejó a la luz potentes ceniceros al pie de la muralla que permiten vincularlos con el desarrollo de una actividad artesanal prestigiosa: el trabajo del metal. Este oficio no debe extrañar en A Cidá da Saceda, próxima la varias minas de estaño, lo que pudo favorecer la elaboración de útiles de hierro y bronce y mismo su exportación la otras zonas. Esto evidencia que entre los siglos IV e II la. C el hierro estaría al alcance de la práctica totalidad de las tribus galaicas.